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Puertas estira el brazo izquierdo para marcar el gol que hubiese empatado el choque... si el árbitro no lo hubiese visto. RAMÓN L. PÉREZ
Granada CF

A los rojiblancos se les acaba la baraka

Un despeje contundente también es un arte pero a los nazaríes se les ha atragantado esa suerte futbolera hasta el punto de sumar dos derrotas por fallos similares

Manuel Pedreira

GRANADA

Lunes, 11 de febrero 2019, 01:48

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El despeje es una suerte con mala prensa en el fútbol moderno. No está de moda, sino todo lo contrario. Antaño se celebraban los patadones de los defensas con casi la misma efusión que los goles, y se aplaudía al zaguero que era capaz de sacar el balón del estadio. No era raro que los chaveas sin dinero ni influencias para entrar al campo se quedaran merodeando por los alrededores por si tenían suerte y cazaban alguno de esos balones despejados con ahínco.

Ahora hay defensas centrales capaces de colgar las botas tras quince años de carrera sin haber desplazado el balón más de diez metros y siempre a ras de césped. La instrucción de los entrenadores a los zagueros es clara. Nada de pelotazos sin ton ni son. Toque, asociación, buscar al compañero desmarcado, darle el balón, ofrecerse, jugar con el portero y hasta regatear al delantero rival si se pone muy pesado con la presión. Cualquier cosa menos mandar la bola al campo contrario como quien le aparta las moscas a un bocadillo.

Hay sesudos del balompié, muy apreciados en la escuela culé, que preferirían un gol del central en propia puerta antes que uno de esos despejes destartalados a las nubes que, perdón por la herejía, tanto goles han salvado. La consecuencia es que los defensas actuales, y por extensión el resto de jugadores sea cual sea la posición que ocupen en el campo, han perdido habilidad y contundencia cuando lo que toca es alejar el peligro de manera expeditiva. Acostumbrados a la esgrima del juego en corto se les ha olvidado que también disponen de cañones y que deben usarse cuando es preciso.

Un ejemplo de esto último es el Granada de esta temporada, que ayer sumó su segunda derrota consecutiva por el mismo resultado y también con un gol encajado tras un despeje defectuoso. Si en Pamplona fue José Antonio González quien dejó la pelota a los pies de un jugador rival en el borde del área, ayer le tocó al central José Antonio Martínez sufrir la ingrata sensación de haber colaborado sin querer a la victoria del rival. Es verdad que en esta ocasión intervino también la suerte, que definitivamente le ha dado la espalda al Granada en este tramo de la competición.

El intento de pelotazo de Martínez se topó con la espalda de un jugador deportivista y el rebote subsiguiente fue a parar a los pies de un compañero, que agradeció el regalo con la diligencia debida. La baraka que en otras jornadas remó en la misma dirección que los de Diego Martínez ha desaparecido. Ahora los despejes fallidos caen en las peores manos y los remates ajustados al palo de la portería contraria terminan ... estrellados en el palo.

La suerte, la potra, la flor también cuenta y lo mismo te lleva en volandas hacia un título que te arroja al abismo con un palo y tres rebotes desgraciados.

La dinámica

La dinámica del Granada no es buena. No hay que ser un lince para advertirlo. La brillante ejecutoria defensiva ha tapado –y sigue tapando– la espesura del equipo cuando se trata de armar un ataque con enjundia y posibilidades de éxito. Construido de atrás para adelante, no hay un plan para dominar en campo contrario y la inspiración individual de las bandas, el punta y el mediapunta –un flotador que salva a muchos equipos de filosofía conservadora– se ha hecho humo.

Vadillo y Pozo lo intentan pero no se van de nadie, atareados como están cerrando sus bandas. Vico aparece más desconectado que un móvil en el fondo de un pantano. Ramos baja balones y trabaja pero cuando le surge una oportunidad, la manda al córner. Y con esas mimbres no se hace un cesto.

Y lo peor es que el banquillo tampoco ilusiona. Puertas marcó un gol que fue anulado, pero no porque empujara el balón con la mano sino porque el árbitro no se creyó que el almeriense fuese capaz de marcar. «¿Gol de Puertas? Algo no me cuadra. Es imposible. Si el Granada no hace un gol ni cuesta abajo», pensó el colegiado. Y tanto.

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