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Necesario. Artem Kravets, durante uno de los entrenamientos esta semana en la ciudad deportiva, trata de armar un disparo ante la mirada de sus compañeros.
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El Granada busca una victoria clave ante un rival directo

Rafael Lamelas

Domingo, 19 de marzo 2017, 16:05

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La letanía de las llamadas 'finales' supera el concepto en este Sporting-Granada. Adquiere un rango superior, de eliminatoria. Las proyecciones son caprichosas en el fútbol, pero pocas dudas caben para contradecir que este duelo dejará a uno colgado del pellejo por más que quede campeonato después, empaquetado hacia la 'división de plata'. Y cuidado que no sean los dos en caso de empate, insatisfactorio para ambos, que les puede distanciar sin remedio del corte de los supervivientes. El asidero ha quedad a siete puntos, que son ocho 'reales', tras el Leganés-Málaga. La tensión se palma en El Molinón, en una confrontación morbosa.

Sporting y Granada sólo se parecen en la elección de colores. Ni siquiera en su disposición. Son clubes opuestos. Concentrado en la producción de su cantera y el saneamiento de sus raquíticas cuentas, los asturianos; ejemplo del rescate por la opulencia de empresarios exóticos, con desconocimiento en quienes lo han 'heredado', los nazaríes. Apenas tiene extranjeros en su alineación tipo los de rayas verticales; son excepción los españoles en los de franjas verticales, si es que hay. Es un pulso entre tradición y modernidad, en entidades con historia y aficiones pasionales. A una de estas hinchadas le tocará engullir la hiel del descenso casi seguro. Cada lugar tendrá que tomar sus respectivas lecciones para curar heridas. Ni se puede sobrevivir en el desfalco, unos; ni se prefabrica un proyecto sin conservar una base, los otros.

El Granada salió indemne de las otras batallas precedentes. La de 2012, que enfiló al Sporting hacia su última debacle, y el curso pasado, aunque luego los de Abelardo sacaran las castañas del fuego. Ya no está aquel que fuera un gran defensa central en el banquillo de los de casa, sino Rubi. El mismo que sustituyó a Lucas Alcaraz en el Levante cuando este fue destituido. El que se distanció de su predecesor entonces argumentando un estilo distinto. A Rubi no le valió aquella bravata. Tuvo un largo torneo por delante y no pudo rescatar a los granotas. Quedó apuntillado en una noche en Los Cármenes, tras aquel 5-1 del que los valencianos no se recuperaron.

Alcaraz ha gozado de un periplo para revertir la situación tras Jémez. No forjó la plantilla y por tanto no fue el instigador de una serie de bajas que acabaron fortaleciendo a quienes no se consideraban futuros rivales directos, pero que al final lo han sido. De esta estirpe esta semana se cruzan hoy con Babin.

Alcaraz estuvo 55 partidos en su anterior ciclo nazarí en Primera sin pisar el descenso. Sin embargo, en esta trayectoria todavía no ha sido capaz de sacar a la escuadra del corredor de la muerte. Eso le lastra. Se presenta en Gijón con lo puesto. Hombres con peso, lo mejor de la remesa invernal. Está sancionado Wakaso, el ejemplo del vigor; y se descuelgan por lesión Adrián Ramos, el faro de la vanguardia y Héctor Hernández, el mejor surco en el costado zurdo. Panorama terrible.

Estos vacíos no se solventarán con otro dibujo, aunque el ariete del habitual 5-4-1 puede ser incluso Boga, de 'falso nueve'. La pelea en el carril la sostiene Isaac Cuenca, chico para todo.

Determinar el movimiento de dominó que solucione la ausencia de Wakaso adquiere complejidad. Sería Angban, junto a Uche. Reaparecería Carcela, el eslabón que ha de compensar la añoranza de Ramos.

Los demás serían los mismos que perdieron por la mínima con el Atlético, pero que son la base de los éxitos en casa. Fuera es otra historia. El Granada no ha ganado a domicilio. Rubi no lo ha hecho en El Molinón. Algún registro va a caer. Nadie quiere especular con las tablas. Sería repartir la inyección letal. Un partido en el que sólo vale ganar puede ser un espectáculo, para uno tendrá final macabro. Otro tendrá la ilusión de seguir en la eterna lucha.

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