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Granada CF

Granada CF | Contracrónica

Tempus horribilis

Tempus horribilis
  • Quizá alguien diga que al Granada le venía bien no pasar la eliminatoria copera. Cualquier excusa puede reconfortar en estos tiempos que nos está tocando sufrir

Dijo adiós el Granada a la Copa del Rey de la peor manera: cuajando una actuación desastrosa ante el colista de Primera, el único equipo de la liga peor en puntos que los rojiblancos, y dando la msensación de que las carencias futbolísticas de la actual plantilla tienen muy difícil arreglo.

Se resucitó anímicamente a un rival del fondo de la tabla, un equipo navarro también inane, horroroso en la construcción de juego, marcado por ese ideario anodino del pase largo sin profundidad alguna tan propio de los equipos de Caparrós, que justificó sobradamente el llevar siete partidos consecutivos con derrotas hasta la noche copera del miércoles: seis en liga y la del encuentro de ida ante el Granada. No ha sido por casualidad.

Como no lo es que el Granada esté completando el ciclo más horrible de resultados desde que alcanzó el ascenso a Primera, y eso que los cinco años anteriores no fueron precisamente para lanzar cohetes de regocijo al aire. Se confirmó una vez más la confección paupérrima de la plantilla de este verano, después de que un equipo salvado de manera cuasi milagrosa al final de la campaña pasada fuese desvencijado tanto por la ambición sin medida de sus antiguos propietarios –que se llevaron a las mejores promesas y realidades del equipo para operaciones de engorde de su cuenta de resultados: El Arabi, Success, Doucouré y Peñaranda, trascendentes en muchos de los puntos que permitieron la última permanencia-, y por la ingenuidad de los nuevos dueños, en brazos su proyecto de las decisiones deportivas de un grupo de asesores ineptos e iluminados que perdieron o cedieron lo poco fiable que quedaba en el plantel –Costa, Rochina, Fran Rico, Rubén Pérez-, y apostaron por hipotéticas promesas venidas mediante cesiones sin contraste ni experiencia para competir con suficiencia en la Primera española.

Echada la vista atrás, los anuncios del intento de contratación de Sampaoli de inicios del estío suenan a pura engañifa, a una cortina de humo para crear falsas expectativas. La decisión de abandonarse a los designios de Jémez, a sus criterios de descartes y a sus recomendaciones de fichajes, así como permitir sus salidas de pata de banco conducentes a obtener el finiquito salvador de responsabilidades, fueron errores gruesos que cumplidamente se están pagando.

Futbolísticamente las limitaciones de la plantilla son más que evidentes. En Pamplona se pusieron nuevamente de manifiesto, entre las dificultades creadas por ciertas bajas y, sobre todo, con las decisiones desde el banquillo de demostrar fehacientemente el escaso potencial con el que se cuenta en las segundas opciones. La única victoria de liga ante el Sevilla dejó dibujado un once que, visto lo visto, no parece manifiestamente mejorable con las posibilidades de sustitutos con que se cuenta. Las bajas por lesiones o sanciones que han evitado su repetición han sacado a la luz las miserias del plantel en los partidos sucesivos, especialmente en los dos últimos ante los equipos donostiarra y navarro. En el primero de ellos el pasado sábado el equipo fue ampliamente superado por el rival; ante Osasuna demostró su incapacidad de reacción ante la adversidad y de concreción cara al gol.

No tuvo Osasuna que hacer una heroica remontada copera para eliminar al Granada. Como tantas veces desde el arranque de la temporada oficial al rival le bastó esperar los fallos de la retaguardia rojiblanca y agruparse atrás sabiendo de la incapacidad ofensiva del Granada. Dominó sin duda el juego y el balón el equipo de Lucas durante buena parte del primer periodo, siendo el único que buscó entonces un fútbol trenzado y ofensivo, sobre todo con las incorporaciones a banda de Gabriel Silva que llevó en varias ocasiones peligro con sus ataques. La única jugada de fútbol combinativo de mérito de esa fase la protagonizó el Granada, acabando con un remate de Atzili al larguero y una inenarrable incapacidad de Ponce para remachar el rechace a pocos metros de la línea de gol. Hubiera posiblemente cerrado la eliminatoria ese tanto a favor del Granada, pero Ezequiel no da una ante la meta rival. El argentino y sus reiteradas negligencias ante el arco contrario hacen añorar la figura del goleador Arabi de temporadas pasadas, tan injustamente tratado por algunos a pesar de sus eficaces números en las cuatro campañas sucesivas que se enfundó la rojiblanca horizontal.

Las propias negligencias rojiblancas crearon las dos únicas ocasiones locales en el primer tiempo: un penaltito riguroso señalado por el árbitro en una acción evitable de Lombán, que Oier resolvió parándole su lanzamiento a Sergio León; y una torpeza gruesa por el centro de la zaga rojiblanca en la última jugada del primer periodo que dejó sólo a Berenguer ante el ayer inquilino de la meta rojiblanca, que aunque evitó en primera instancia con una gran salida el gol, no estuvo tan acertado en el nuevo tiro del delantero osasunista tras el rechace, donde contó con el auxilio de la pasividad exasperante de su defensor. El gafe de los últimos minutos renacía y el equipo no se repondría del golpe en lo que quedaba de encuentro.

Si la aptitud de algunos y la actitud de muchos habían sido cuestionables durante el primer tiempo, en el inicio del segundo se agudizaría la situación de inanidad futbolística de los granadinistas. Un antiguo jugador, como tantas otras veces, Jaime Romero, salido en sustitución del lesionado De las Cuevas, otorgó el golpe definitivo de gracia que eliminaría al Granada de la competición. Una jugada fruto de una ganancia de cabeza de un balón llovido del cielo por parte de Oriol Riera, que asistió así a Romero, permitió que éste lanzase colocado desde fuera del área sin que Oier fuese capaz de evitar la segunda diana local. Una muestra del tipo de lance tan querido en el corto manual de recursos futbolísticos aplicado por Caparrós a sus equipos. En el gol se unieron tanto la buena zurda de Jaime como la pasividad de los centrocampistas rojiblancos, pues ni Uche ni Samper acertaron a pasar por la zona que les correspondía y evitar el acomodo fácil que tuvo el jugador rival antes del disparo. Tras este segundo gol de Osasuna, Alcaraz cambió a un inédito y desaparecido Atzili, que justificó sobradamente su ostracismo, por un Boga que volvió a ser intrascendente en sus oportunidades de penetración por banda.

De ahí al final un quiero de algunos y un no puedo de todos. El buen hacer de Saunier atrás sacando el esférico bien conducido se acabó con su lesión, que obligó a recomponer la defensa, centrando a Vezo con Lombán y colocando a Pereira de improvisado lateral derecho, un puesto en que las dificultades y las vías de agua este año son muy frecuentes. Samper se implicó, bregó y asoció en el juego de toque cercano, nuevamente arropado por su escudero Uche Agbo, aunque continuó sin otorgar un pase profundo y/o decisivo destacable, y quedó en evidencia en las disputas de balón y en los cortes, donde mayoritariamente siempre salió como perdedor. Su sustituto Carcela agitó algo el partido con su capacidad de envido personal -que en ocasiones le hace caer en excesos de individualismo-, pero tampoco fue capaz de cambiar el rumbo del encuentro.

Capítulo aparte merecen la pareja de experimentados jugadores que son Márquez y Bueno, que dieron muestras sobradas de su decadencia como futbolistas de Primera. Lo del catalán es un asunto donde llueve sobre mojado, pues su desempeño no ha pasado de ser mediocre en la mayoría de actuaciones que ha realizado con el Granada en las últimas tres temporadas. El caso del jugador cedido por el Oporto supone una de las grandes decepciones de la campaña de adquisiciones veraniegas. Su caso es frustrante por haber llegado con vitola de jugador para marcar diferencias, consiguiendo hasta ahora hacerlo pero en detrimento de su equipo, que no ha contado hasta la presente con las prestaciones que se le suponían, tanto cuando es colocado en banda como cuando se centra en la media punta. En la vuelta del duelo copero ambos jugadores dieron la razón a su entrenador de tenerlos postergados en las opciones del equipo titular, superados por otros compañeros con muchos menos galones curriculares en el inicio del curso.

Quizá alguien diga que al Granada le venía bien no pasar la eliminatoria copera. Cualquier excusa puede reconfortar en estos tiempos que nos está tocando sufrir. Pero un club profesional de fútbol que está en una competición oficial debe salir con el objetivo de superar a su rival siempre, en todos los partidos que dispute. Lo que es evidente es que el periodo iniciado con el traspaso del club desde manos italianas a chinas en junio pasado y que llega hasta nuestros días es, desde el punto de vista futbolístico, el tempus horribilis del Granada en Primera desde su último ascenso. Las faltas de aptitud y actitud reseñadas una y otra vez en las contra-crónicas de los partidos oficiales de esta campaña deben ser suplidas con urgencia por quien corresponda en el mercado de invierno. Las necesarias incorporaciones deberán ser acertadas y llegar más pronto que tarde. Confiar que con lo que se cuenta en la actual plantilla se puede volver a salvar el pellejo, es de ineptos e irresponsables.

Se resucitó anímicamente a un rival del fondo de la tabla, un equipo navarro también inane, horroroso en la construcción de juego, marcado por ese ideario anodino del pase largo sin profundidad alguna tan propio de los equipos de Caparrós, que justificó sobradamente el llevar siete partidos consecutivos con derrotas hasta la noche copera del miércoles: seis en liga y la del encuentro de ida ante el Granada. No ha sido por casualidad.

Como no lo es que el Granada esté completando el ciclo más horrible de resultados desde que alcanzó el ascenso a Primera, y eso que los cinco años anteriores no fueron precisamente para lanzar cohetes de regocijo al aire. Se confirmó una vez más la confección paupérrima de la plantilla de este verano, después de que un equipo salvado de manera cuasi milagrosa al final de la campaña pasada fuese desvencijado tanto por la ambición sin medida de sus antiguos propietarios –que se llevaron a las mejores promesas y realidades del equipo para operaciones de engorde de su cuenta de resultados: El Arabi, Success, Doucuré y Peñaranda, trascendentes en muchos de los puntos que permitieron la última permanencia-, y por la ingenuidad de los nuevos dueños, en brazos su proyecto de las decisiones deportivas de un grupo de asesores ineptos e iluminados que perdieron o cedieron lo poco fiable que quedaba en el plantel –Costa, Rochina, Fran Rico, Rubén Pérez-, y apostaron por hipotéticas promesas venidas mediante cesiones sin contraste ni experiencia para competir con suficiencia en la Primera española.

Echada la vista atrás, los anuncios del intento de contratación de Sampaoli de inicios del estío suenan a pura engañifa, a una cortina de humo para crear falsas expectativas. La decisión de abandonarse a los designios de Jémez, a sus criterios de descartes y a sus recomendaciones de fichajes, así como permitir sus salidas de pata de banco conducentes a obtener el finiquito salvador de responsabilidades, fueron errores gruesos que cumplidamente se están pagando.

Futbolísticamente las limitaciones de la plantilla son más que evidentes. En Pamplona se pusieron nuevamente de manifiesto, entre las dificultades creadas por ciertas bajas y, sobre todo, con las decisiones desde el banquillo de demostrar fehacientemente el escaso potencial con el que se cuenta en las segundas opciones. La única victoria de liga ante el Sevilla dejó dibujado un once que, visto lo visto, no parece manifiestamente mejorable con las posibilidades de sustitutos con que se cuenta. Las bajas por lesiones o sanciones que han evitado su repetición han sacado a la luz las miserias del plantel en los partidos sucesivos, especialmente en los dos últimos ante los equipos donostiarra y navarro. En el primero de ellos el pasado sábado el equipo fue ampliamente superado por el rival; ante Osasuna demostró su incapacidad de reacción ante la adversidad y de concreción cara al gol.

No tuvo Osasuna que hacer una heroica remontada copera para eliminar al Granada. Como tantas veces desde el arranque de la temporada oficial al rival le bastó esperar los fallos de la retaguardia rojiblanca y agruparse atrás sabiendo de la incapacidad ofensiva del Granada. Dominó sin duda el juego y el balón el equipo de Lucas durante buena parte del primer periodo, siendo el único que buscó entonces un fútbol trenzado y ofensivo, sobre todo con las incorporaciones a banda de Gabriel Silva que llevó en varias ocasiones peligro con sus ataques. La única jugada de fútbol combinativo de mérito de esa fase la protagonizó el Granada, acabando con un remate de Atzili al larguero y una inenarrable incapacidad de Ponce para remachar el rechace a pocos metros de la línea de gol. Hubiera posiblemente cerrado la eliminatoria ese tanto a favor del Granada, pero Ezequiel no da una ante la meta rival. El argentino y sus reiteradas negligencias ante el arco contrario hacen añorar la figura del goleador Arabi de temporadas pasadas, tan injustamente tratado por algunos a pesar de sus eficaces números en las cuatro campañas sucesivas que se enfundó la rojiblanca horizontal.

Las propias negligencias rojiblancas crearon las dos únicas ocasiones locales en el primer tiempo: un penaltito riguroso señalado por el árbitro en una acción evitable de Lombán, que Oier resolvió parándole su lanzamiento a Sergio León; y una torpeza gruesa por el centro de la zaga rojiblanca en la última jugada del primer periodo que dejó sólo a Berenguer ante el ayer inquilino de la meta rojiblanca, que aunque evitó en primera instancia con una gran salida el gol, no estuvo tan acertado en el nuevo tiro del delantero osasunista tras el rechace, donde contó con el auxilio de la pasividad exasperante de su defensor. El gafe de los últimos minutos renacía y el equipo no se repondría del golpe en lo que quedaba de encuentro.

Si la aptitud de algunos y la actitud de muchos habían sido cuestionables durante el primer tiempo, en el inicio del segundo se agudizaría la situación de inanidad futbolística de los granadinistas. Un antiguo jugador, como tantas otras veces, Jaime Romero, salido en sustitución del lesionado De las Cuevas, otorgó el golpe definitivo de gracia que eliminaría al Granada de la competición. Una jugada fruto de una ganancia de cabeza de un balón llovido del cielo por parte de Oriol Riera, que asistió así a Romero, permitió que éste lanzase colocado desde fuera del área sin que Oier fuese capaz de evitar la segunda diana local. Una muestra del tipo de lance tan querido en el corto manual de recursos futbolísticos aplicado por Caparrós a sus equipos. En el gol se unieron tanto la buena zurda de Jaime como la pasividad de los centrocampistas rojiblancos, pues ni Uche ni Samper acertaron a pasar por la zona que les correspondía y evitar el acomodo fácil que tuvo el jugador rival antes del disparo. Tras este segundo gol de Osasuna, Alcaraz cambió a un inédito y desaparecido Atzili, que justificó sobradamente su ostracismo, por un Boga que volvió a ser intrascendente en sus oportunidades de penetración por banda.

De ahí al final un quiero de algunos y un no puedo de todos. El buen hacer de Saunier atrás sacando el esférico bien conducido se acabó con su lesión, que obligó a recomponer la defensa, centrando a Vezo con Lombán y colocando a Pereira de improvisado lateral derecho, un puesto en que las dificultades y las vías de agua este año son muy frecuentes. Samper se implicó, bregó y asoció en el juego de toque cercano, nuevamente arropado por su escudero Uche Agbo, aunque continuó sin otorgar un pase profundo y/o decisivo destacable, y quedó en evidencia en las disputas de balón y en los cortes, donde mayoritariamente siempre salió como perdedor. Su sustituto Carcela agitó algo el partido con su capacidad de envido personal -que en ocasiones le hace caer en excesos de individualismo-, pero tampoco fue capaz de cambiar el rumbo del encuentro.

Capítulo aparte merecen la pareja de experimentados jugadores que son Márquez y Bueno, que dieron muestras sobradas de su decadencia como futbolistas de Primera. Lo del catalán es un asunto donde llueve sobre mojado, pues su desempeño no ha pasado de ser mediocre en la mayoría de actuaciones que ha realizado con el Granada en las últimas tres temporadas. El caso del jugador cedido por el Oporto supone una de las grandes decepciones de la campaña de adquisiciones veraniegas. Su caso es frustrante por haber llegado con vitola de jugador para marcar diferencias, consiguiendo hasta ahora hacerlo pero en detrimento de su equipo, que no ha contado hasta la presente con las prestaciones que se le suponían, tanto cuando es colocado en banda como cuando se centra en la media punta. En la vuelta del duelo copero ambos jugadores dieron la razón a su entrenador de tenerlos postergados en las opciones del equipo titular, superados por otros compañeros con muchos menos galones curriculares en el inicio del curso.

Quizá alguien diga que al Granada le venía bien no pasar la eliminatoria copera. Cualquier excusa puede reconfortar en estos tiempos que nos está tocando sufrir. Pero un club profesional de fútbol que está en una competición oficial debe salir con el objetivo de superar a su rival siempre, en todos los partidos que dispute. Lo que es evidente es que el periodo iniciado con el traspaso del club desde manos italianas a chinas en junio pasado y que llega hasta nuestros días es, desde el punto de vista futbolístico, el tempus horribilis del Granada en Primera desde su último ascenso. Las faltas de aptitud y actitud reseñadas una y otra vez en las contra-crónicas de los partidos oficiales de esta campaña deben ser suplidas con urgencia por quien corresponda en el mercado de invierno. Las necesarias incorporaciones deberán ser acertadas y llegar más pronto que tarde. Confiar que con lo que se cuenta en la actual plantilla se puede volver a salvar el pellejo, es de ineptos e irresponsables.

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