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GRANADA
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Domingo, 20 de mayo 2018, 02:43
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Todos los que este año han seguido al Granada querían protestar por lo que consideran un curso desilusionante. El debate, en las redes sociales y en la calle, era el modo de demostrarlo. Había quien promovía una sonora pitada. Otros preferían dejar su asiento vacío, el mejor desprecio a un equipo que no ha estado a la altura a su juicio. Viendo la asistencia, 6.068 espectadores, una amplia mayoría se decantó por esta segunda opción. Una entrada más propia de aquel largo peregrinar por Segunda B del que ya algunos no se acuerdan.
La mejor pista de lo que esperaba dentro es el hecho tan inusual que ocurrió en lo minutos antes del partido. Ni siquiera cortaron la calle Pintor Maldonado, como es habitual los días de partido, ante la escasa presencia de aficionados en los alrededores. El autobús del Granada llegó escoltado solo por la Policía Nacional, esta vez sus seguidores no le hicieron el pasillo habitual antes de entrar en Los Cármenes. Apenas una decena que se tomaban algo en el bar se acercaron al asfalto a animar a los jugadores. Nada de reproches de estos pocos interesados en cumplir con la tradicional previa del un partido del Granada. No iba a ser la tónica general esa condescendencia.
Los pitos comenzaron desde que por la megafonía arrancaron a recitar la alineación del equipo de casa. El momento de cantar el himno se unió a este solemne despropósito. De nuevo división entre los silbidos de algunos y los que lo cantaban.
Y arrancó el partido. Los jugadores ya sabían lo que les esperaba pero aun así es evidente la incomodidad y la presión de no tener espacio para un solo error. No sería tan excesiva la cantinela. De hecho, el primer tiro del Granada, de Kunde en el minuto 7, logró acaparar los primeros aplausos de la tarde-noche. El gol de Álex Martínez de falta acabó de levantar a la gente de sus asientos por fin.
No tardaría la afición en mostrar de nuevo su desaprobación. Volvieron los pitos cuando el Reus se acercó al empate a la media hora de juego. Tampoco su equipo transmitía esas ganas de agradar. Esa entrega para lograr cierto indulto. El partido estaba tan frío como la grada. Ni siquiera el fondo sur, siempre caliente y animando, estuvo esta vez intenso. La zona presentaba el mismo aspecto desolador del resto del estadio. La misma división entre peñas, entre los que querían responsables y los que animaron sin parar, aunque apenas se les escuchara.
Algunos aplausos y bastantes pitos también cuando se señaló el final de la primera parte. La segunda mitad, pese a que tuvo el mismo escenario a la salida de vestuarios, dio paso a una mayor indiferencia. Los presentes se dedicaron a ver el partido esperando algo de espectáculo, demasiado pedir a estas alturas para una plantilla desmotivada.
Los cambios devolvieron ciertas reacciones. Machís se marchó sustituido por Agra. Aplausos y algunos pitos también a pesar de que el venezolano ha salvado a su equipo en muchos partidos, sobre todo en la primera parte de la temporada, antes de que llegara Oviedo y cayera en picado. Solo Baena logró la unanimidad al recibir únicamente aplausos cuando se marchó sustituido por Montoro. También Espinosa se fue al banquillo reconocido. Todo lo contrario que Ramos, blanco de las iras de los hinchas citados ayer en el estadio del Zaidín.
No faltó la guasa con los olés a cada pase del Granada al final del partido para acabar de rematar la faena. Penúltimo capítulo en un estadio al que le queda por vivir un último episodio que amenaza con ser aún más triste, con la hinchada visitante siendo la protagonista en la grada.
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