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Diego Godín, el faraón fiel

Diego Godín, el faraón fiel
/ EFE
  • Indispensable en el núcleo duro de Simeone, con la marcha de Miranda encuentra en Giménez una nueva pareja con la que hacer una vida entera

Diego Godín (Rosario, Uruguay, 1986) estuvo a punto de dejar el fútbol por celebrar su quince cumpleaños con los amigos de toda la vida. Se sentía solo, allá en Montevideo. Eran sus primeros meses en Defensor Sporting y la nostalgia le invadía. Sus padres no le permitieron volver, y él “lo bancó” y aceptó la situación. Doce años después entraba en la historia del Atlético de Madrid al darle una Liga rematando a gol un saque de esquina en el Camp Nou, arrebatando el trofeo de las vitrinas culés.

Muchos se preguntan cómo pueden salir tantos bueno futbolistas de un país tan pequeño como Uruguay. El fútbol parece ir en la sangre. La raza, también. De ella hizo gala siempre un Diego Godín que hizo sus primeros méritos en el fútbol como delantero, un instinto que conserva cuando aparece en el área rival. Los goles que hizo en el Estudiantes el Colla, donde jugó desde los cuatro años, lo animaron a viajar a Montevideo para realizar una prueba con el Defensor Sporting. Renunciaba así a los otros deportes que practicaba, entre ellos la natación con varias distinciones nacionales.

La prueba fue bien pero no debió convencer como delantero ya que al año le abrieron la puerta para irse. Ahí apareció el Club Atlético Cerro, que pagó 840 pesos, 37 dólares, por su inscripción. Godín inició un retroceso en su posición que iría de la mediapunta al puesto de defensa central. Las bajas en defensa y la expulsión de uno de los centrales hicieron que Williams Lemus le pidiera colocarse como defensor. No sólo no abandonó el puesto, sino que seis meses después comenzaría a entrenar con el primer equipo de Gerardo Pelusso por su gran rendimiento, pese a no agradarle la idea de renunciar a su vocación ofensiva.

Nacional de Montevideo echaría sus redes sobre un zaguero ya convencido que pronto se ganó el estatus de figura del equipo por sus goles en la Copa Libertadores. Ya fijo en la selección nacional, los duelos siempre tensos con los combinados latinoamericanos forjaron su carácter. También forjó un apodo, el Faraón, parido por Francisco Casal y Rodrigo Romano, comentaristas de la productora Tenfield. Años más tarde, el cantautor rosarino Fernando Muñiz le cantaría “qué bien te queda que te digan faraón” antes de agradecerle por erizar su piel.

En agosto de 2007 se produce un movimiento ya cantado: Diego Godín llega a Europa. Se viste del amarillo del Villarreal para ocupar la vacante de Roberto Ayala, ‘fugado’ al Zaragoza previo depósito de su cláusula sin haber disputado ni un minuto con la entidad castellonense. En España, Godín se volvió a topar con la misma soledad que sintió al cumplir quince años en Montevideo. A los ocho días, cuenta, llamó a su padre para pedirle que lo acompañase. El faraón sentía.

Por aquel entonces, Godín ya formaba un matrimonio con Diego Lugano como pareja de centrales de Uruguay. Sin grietas, sin discusiones. En Villarreal encontró otro amor en Gonzalo, al que tampoco había que contarle el oficio del defensa. Ambos se consagran en un empate a cero en Old Trafford en la que resisten al empuje de Tévez, Rooney y Cristiano Ronaldo. Aquel equipo divirtió y mucho bajo la dirección de Manuel Pellegrini. Con jugadores como Santi Cazorla o Marcos Senna, no era difícil.

La aspiración de Uruguay en la Copa del Mundo de Sudáfrica en 2010 no era otra que la de superar la fase de grupos. Pero es que los charrúas no conocen la rendición. Aquel equipo caería en semifinales ante Holanda pero no dejaría el continente sin un bronce merecido. A su vuelta, Godín cambió el Villarreal por el Atlético de Madrid en lo que parecía un paso adelante en su carrera. Según MARCA, antes fue rechazado por José Mourinho, al que fue ofrecido por la ferviente recomendación de Manuel Pellegrini, su predecesor. Los alrededor de diez millones del fichaje no tardaron en ser cuestionados: aquel central no convencía y Quique Sánchez Flores no contaba demasiado con él.

Simeone y la historia

Pese a levantar títulos, Godín se contagió de la irregularidad atlética y nunca encontró una pareja fija. Tampoco fue un fijo para Manzano. Todo aquello cambió con la llegada de Simeone. Hablaban el mismo idioma. Lo juega todo desde el principio y ambos, jugador y entrenador, impregnan de carácter ganador a un equipo deprimido. De la nada crean un campeón. Y como no podía ser de otra forma, el mejor Godín llega al encontrar pareja en Joao Miranda. El brasileño era todo lo contrario del uruguayo. Frío, calculador, silencioso. Más preciso que espectacular. Insuperables.

Diego Godín aseguró después de ganar la Liga en el Camp Nou gracias a un gol suyo haber soñado aquellas imágenes al menos dos veces antes de que se produjeran. Al parecer, el Faraón también tiene algo de visionario. Godín es gol, carácter, coberturas, entrega. Es el espejo de Giménez, su nueva pareja tanto en equipo como en selección, quizás el amor verdadero. Es un soldado de Simeone, como lo es Gabi y como lo fue Raúl García. Pero, ante todo, Diego Godín es historia atlética.