Ideal
Granada CF

Un bochorno inolvidable

Tardará mucho tiempo en olvidarse lo de anoche. Pasarán los años, vendrán entrenadores nuevos, presidentes, entrenadores, dueños y utilleros. Cambiará el Granada de delantero centro, de lateral izquierdo, de ídolos, de villanos y de director deportivo. Incluso la camiseta irá y vendrá de las rayas horizontales a las verticales, igual que el equipo transitará de una categoría a otra.

Pasará todo eso y el partido de anoche permanecerá en la memoria como un mal sueño, como una afrenta terrible a más de 80 años de historia y a decenas, cientos, de miles de aficionados, porque además de los vivos, los muertos se habrán revuelto en sus tumbas.

La capacidad de bochorno parece no conocer límites en el Granada de Caparrós, una charlotada de entrenador al frente de un grupo de incapaces. Incapaces y golfos, porque lo de ayer fue una golfería indecente. El Córdoba es un equipo malo. Malo de solemnidad. Pero quiere y, cuando le dejan, puede. El Granada no puede ni quiere.

Era sonrojante ver al Córdoba ofrecer un recital infausto de pases a la nada, controles de tercera y fallos de juvenil y hacer todo eso delante de un equipo inane, sin pulso, destruido, literalmente muerto. Un equipo que se presentó en Córdoba tras doce jornadas sin ganar un partido, obligado a sumar puntos y a ofrecer una imagen distinta y comprometida, pero que saltó al campo derrotado y con la única idea entre ceja y ceja de echar a patadas al entrenador.

Caparrós ha gozado de un crédito inmerecido en el Granada, fruto de la bisoñez de una afición obnubilada por su historial y acostumbrada a otras cosas. Tras más de tres décadas fuera del circuito profesional, cuesta librarse del pelo de la dehesa y cualquier nombre parece muy grande al lado de Visjnic. El de Utrera es un fraude. Ya lo era cuando vino de hundir al Mallorca y de pasar sin dejar ningún brillo por Deportivo, Athletic o Levante. Armó un Sevilla del que se recuerdan más las patadas de Alfaro que la finura de Reyes. Aquel equipo descolló con jugadores muy por encima del talento de su entrenador. La prueba es que fue irse Caparrós y empezar a ganar títulos.

Con esa dudosa trayectoria y un formidable equipo de marketing detrás -y la bendición de algún gurú mediático- el utrerano ha paseado de equipo en equipo su fama de técnico experto, forjador de grupos rocosos y trabajadores, que no deslumbran por su juego pero que siempre dan la cara. Todo es mentira y a las pruebas me remito. Tampoco se lo han puesto fácil sus jefes, con una plantilla de calidad ínfima, sin referente alguno, desgarbada y hecha como a brochazos. Un Ortuño por aquí, un Larsson por allá, un Javi Márquez por acuyá... Y arrastrando déficits en determinados puestos que son ya lastres endémicos del equipo, como la portería o la delantera.

Con otro entrenador y dieciséis o diecisiete jugadores dignos, igual se puede mejorar la cosa y descender para el día de la Cruz. Si no, en Semana Santa estará el Granada en Segunda. Y un año después, en Segunda B, o en Primera, o en la Luna, o en Pernambuco. Y desde allí, los aficionados se acordarán del partido de anoche como el que evoca una pesadilla.